Por Susana Beatriz
González ,Profesora y Licenciada en Letras
La cultura
imperante de este controversial siglo XXI tiene como emblema: la confrontación;
y el lenguaje, como construcción social, obviamente no puede estar exenta de
ella.
¿El lenguaje
tiente sexo? Es el nuevo detonador que se instala en el colectivo imaginario
como correlato de una vieja pero siempre presente contienda entre hombres y
mujeres.
En un
principio podríamos decir que el lenguaje ha sido sexualizado por una fuerte
corriente feminista que viene pisando fuerte en los niveles políticos, sociales
y académicos de los países hispanohablantes y señala una impronta machista en
quienes, desde Nebrija hasta nuestros días, llevan los preceptos de la
gramática y el léxico castellano.
No
obstante, y a pesar de toda la literatura que hay sobre el tema, es mi
deseo para disipar el asombro de Mafalda y las dudas de todo aquel lector
extraviado en los vericuetos del tema, comentarles que la lengua española no
tiene sexo, sino género. El género es una categoría gramatical que divide
a los sustantivos en masculinos y femeninos. Algunos se diferencian por su
terminación (<enfermero> / <enfermera>), otros por el cambio de vocablo (< yerno>/< nuera>) y, finalmente, existe un grupo denominado
ambiguo que necesita de un artículo o adjetivo para señalar su género (<bebé>,< criatura>,<
astronauta>).
Sin
embargo, me parece interesante mencionar la existencia del sexismo
lingüístico en otros idiomas. El inglés por ejemplo diferencia el sexo a
través de sus formas pronominales <he>
<him ><his> para
hacer referencia al sexo masculino y <she> <her>,<hers> para aludir al femenino.
Todo el resto de las cosas que rodean a las personas se representan con un < it >, < its>
Contrariamente
los pronombres, en español, representan categorías arbitrarias de género tanto
para el masculino (<el
marino>, <el halcón>, <el
cofre>) como para
el femenino (<la
nodriza>, <la paloma>, < la caja>).
Por otra
parte, y a efectos de proteger el reduccionismo lingüístico, condición
indispensable para su claridad y precisión, el género masculino adquiere
la categoría de genérico para expresar conceptos que abarcan a ambos sexos. La
frase <Todos los hombres
son mortales > lleva
implícita a las mujeres a los niños y a las niñas.
Si
en las siguientes oraciones < Los
maestros festejan el 11 de setiembre su día. Todos están convocados para el
Acto>, tuviésemos
que desdoblarlas para aclarar los sexos, caeríamos en una
redundancia, lentitud y desborde de palabras innecesarias que
darían cuenta de nuestra incompetencia verbal.
La mención
explicita del femenino es sólo válida cuando es relevante en el
contexto. < Tengo
tres hijos, una mujer y dos varones>.
Sin
embargo, lo que existe, en el imaginario colectivo de los
hispanohablantes, es el sexismo
social que no
pasa precisamente por el lenguaje, sino por la intención del
usuario al emplearlo.
Como
construcción simbólica, la lengua está plagada de palabras ambiguas, que muchas
veces afectan con razón la susceptibilidad femenina. Tal es el caso
de <gata>, <zorra>, <perra>, <mujer pública>,
vocablos con diferentes significantes; pero que conllevan implícitamente un
mismo significado <prostituta>.
Pero esa
carga simbólica también se encuentra en los discursos feministas
cargados de desdoblamientos recurrentes e insustanciales
revanchismos léxicos que no hacen otra cosa que deslucir la dicción. <La huelga no sólo afecta a los médicos
de planta sino también a las médicas del sector.> <La beca es para los
alumnos necesitados y las alumnas de bajos recursos.>
La lengua
evoluciona junto con sus hablantes y muchos vocablos son aceptados finalmente
por la RAE* cuando las prácticas imperantes así se lo expresan. Tal
es el caso de <presidenta>, <jueza>, <concejala>, <ministra>, entre otros cargos, que actualmente la
mujer desempeña indistintamente con el hombre.
Sin embargo
el campo lingüístico no debe ser el más apropiado para dirimir esta contienda
sexista, ya que el lenguaje tiene otras prioridades. Entre ellas, la de ser un
instrumento de persuasión que sólo necesita de un buen ejecutor sutil y
convincente para captar la atención del escucha y lograr, en él, el
efecto deseado.
* Real
Academia Española
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