
"Creo que este honor no se confiere a mi persona sino a mi obra, la obra de toda una vida en la agonía y vicisitudes del espíritu humano, no por gloria ni en absoluto por lucro sino por crear de los elementos del espíritu humano algo que no existía. De manera que esta distinción es mía solo en calidad de depósito. No será difícil encontrar, para la parte monetaria que entraña, un destino acorde con los elevados propósitos de su origen.
Pero también me gustaría hacer lo mismo con el renombre,
aprovechando este momento como pináculo desde el cual me escuchen los hombres y
mujeres jóvenes que se dedican a la misma lucha y afanes entre los cuales ya
hay uno que algún día se parará aquí donde yo estoy.
Nuestra tragedia actual es un temor general en todo el
mundo, sufrido por tan largo tiempo que ya hemos aprendido a soportarlo. Ya no
existen problemas del espíritu; sólo queda esta interrogante: ¿Cuándo
estallaré? A causa de ella, el escritor o escritora joven de hoy ha olvidado
los problemas de los sentimientos contradictorios del corazón humano, que por
sí solos pueden ser tema de buena literatura, ya que únicamente sobre ellos
vale la pena de escribir y justifican la agonía y los afanes.
Ese escritor joven debe compenetrarse nuevamente de ellos.
Aprender que la máxima debilidad es sentirse temeroso; y después de aprenderlo
olvidar ese temor para siempre, no dejar lugar en su arsenal de escritor sino
para las antiguas verdades y realidades del corazón, las eternas verdades
universales sin las cuales toda historia es efímera y predestinada al fracaso:
amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio.
Mientras no lo haga así continuará trabajando bajo una
maldición. No escribirá de amor sino de sensualidad, de derrotas en que nadie
pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin
piedad ni compasión. Sus penas no serán penas universales y no dejarán huella.
No escribirá acerca del corazón sino de las glándulas.